Amanecía y el andariego cogió su mochila y se puso a caminar. No había tiempo que perder, conocía los caminos hacia las colinas. Pero nunca había encontrado uno desde el que pudiera contar «las Cien Vertientes» y que le llevaría al «Valle del Silencio». Decidió confiar en el libro, pues sabía que en los libros de viajes se albergaron los primeros documentos geográficos, las guías de peregrinación y las fábulas maravillosas. Libros de andar y ver, de retos y de disfrute de la vida en el camino.

La ciudad ya quedaba lejos, el paisaje se hacía más grande. Conforme avanzaba, las colinas parecían gigantes, sospechaba que su destino se hallaba en el límite del paisaje.
Solo, llevaba mucho tiempo caminando solo por una naturaleza rural en el que vislumbraba un paisaje con figuras o criaturas caminando.

 

 

El paisaje le estaba demostrando su limitación, su destino.
Se acercaba una bifurcación y ya empezaba a discurrir cuál sería el camino más directo a «la Colina de las Cien Vertientes», sabía que todos los caminos conducían a un mismo destino, pero él necesitaba llegar antes de cumplir la fecha anunciada en el libro, quería encontrar el camino. Y, de pronto, allí estaba otro caminante, sentado,
mirando distraídamente al cielo.

Nuestro andariego era un hombre joven, alto, delgado; llevaba varias horas sin hablar, varias horas en la que no tenía con quién hablar y le pareció maravilloso romper el silencio.

 

—¡Buenas!
—¿Quién eres? —le respondió una voz femenina.
El andariego dejó volar libre su imaginación, pero la figura era real: una belleza nunca vista, moldeada por el camino, estaba frente a él, irradiando energía.
—Soy un andariego buscando «el Secreto del Camino», y ¿tú quién eres?
—Soy Dar y estoy siempre en el camino.
—Tú, «Dama del Camino», tú que conoces los caminos de por aquí, ¿me podrías ayudar diciéndome por dónde llegar a «La Colina de las Cien Vertientes»?
Dar, pensativa, le dijo:
—Para mí, es el camino de darnos y, dando lo que tienes, merecerás recibir lo que te falta.

—Pero ¿por dónde he de tirar para llegar más rápido?
—Dar no contestó. Absorto, el andariego miró a Dar y él mismo se contestó—: ¡Por este!
—Has elegido un camino nuevo y, por tanto, te sucederán cosas nuevas —dijo Dar. Y continuó—: Empieza por este y madura siguiendo la naturaleza. El resto déjalo en manos del destino. Cada uno tiene su camino, nunca vayas por el de otro. Saber vivir es caminar paso a paso y saber darnos a los demás. Somos criaturas sociales que, para llegar a realizarnos, nos necesitamos mutuamente.

 

«Yo−Tú». —El andariego tenía prisa, pero, absorto, seguía escuchando a Dar, y Dar seguía con sus pensamientos en voz alta.
»El dar a los demás contribuye al desarrollo emocional del que da. El ayudar a los demás nos amplía nuestro horizonte espiritual. Nos proporciona una profunda satisfacción, un camino de felicidad; si das, accederás a un nivel más elevado de realización y satisfacción espiritual.
»Como el león de la fábula de Esopo, que quedó liberado gracias al ratoncito que cortó la red donde estaba atrapado el león. Dar, darnos no supone nunca un cálculo y tampoco una inversión consciente realizada con el objetivo de obtener un dividendo. Cualquiera puede dar, hasta el humilde ratón que roe las cuerdas y libera al león.

 

El andariego eligió un camino, se giró para despedirse, pero Dar ya no estaba. Continuó su sendero reflexionando sobre lo que había oído.

Discurría su caminar con una nueva fuerza, encantado con su decisión, con la elección del camino. La sensación de que se acercaba era latente, pero había una parte de él que reprimía esa densa emoción.
La perspectiva alejaba las colinas. Ya en silencio de nuevo, los pensamientos se acumulaban,
«¿Qué me habrá dado Dar para sentirme mejor?».

 

El andariego estaba alegre. Tenía ante sí un largo camino. «Etapas ni cortas ni largas, fuera ansiedad, es el secreto para llegar más rápido. Unas decenas de hectómetros al día ya es una buena marcha», pensó.
Recordaba frases de su abuelo Félix:

La mayor felicidad está en dar no en recibir.
La manera con que das vale más que lo que se da. Solo poseemos lo que damos.
Dichoso si puedes dar sin recordar y recibir sin olvidar. Uno crece dando, no recibiendo.

 

Sí, sin duda alguna, algo de estos pensamientos de su abuelo había encontrado en la plática de Dar.
El andariego se distrajo un instante y tomó un sendero, pero retrocedió enseguida y siguió por el buen camino. El camino se llenó de olores —lavanda, romero, tomillo—, que enaltecían los sentidos.
Habían pasado dos días. Se levantó la última noche al alba. No era al alba, era más temprano y se vistió en medio del silencio.
Sintió una sensación extraña al madrugar tanto. Hacía mucho tiempo que no lo hacía.

 

 

Retomó el camino, lleno de buena actitud: pensaba rascar su constancia para encontrar las diez reglas de oro del camino, aunque ya sentía haber encontrado una: Dar, aunque sea poco, le haría sentirse feliz. Recordó entonces una frase del poeta Goethe:
«Solamente está contento el que puede dar algo. No digas qué darás; da».
Ya empezaba a encontrar «el Secreto del Camino».
«En la medida que doy a los demás lo que quieren, ellos me dan a mí lo que quiero», reflexionó el andariego.

 

 

Ahora lo veía claro, sentía la certeza de que tenía que conseguir llegar al «Camino de Oportunidad», para poder ser grande y poder dar mejor. Si tenía mucho, podía dar más a los demás y disfrutar con ello.
Pensaba vivir el camino como el camino de la vida, tanto a lo largo como a lo ancho. Para ello debía encontrar «Las Reglas de Oro», que podían estar olvidadas en las piedras o en las ramas, al borde del camino.
—Si busco, las encontraré.

«Lo que no se busca pasa desapercibido» (Sófocles). Elegía sabiamente el mejor camino entre todas las opciones y lo seguía sin vacilar: se negaba a perderse, era tan solo suyo y, si no había camino, él lo desbrozaría.
Su viaje era un camino por mil senderos, hacia el centro de su ser y, a cada paso nuevo, ampliaba el horizonte.

 

 

¡Qué orgulloso! Qué dichoso se sentía recorriendo el elevado camino con la deliciosa prospectiva. Al tiempo, abrió su mirada interna a los caminos de estos días, que eran nuevos para él. El lienzo de la imaginación le formaba la imagen hermosa de Dar. Siguió avanzando y no pensó más en ella.

Al caminante se le ocultaba la luna que se reflejaba en la bóveda celeste, el ejército de estrellas empezó a manifestarse; pronto reinó sobre todo el escenario una profunda calma, que acercaba al andariego a tomar su descanso en esa noche cálida, de anhelo y confianza; pero que también revelaba sentimientos de inquietud, sin llegar a miedos ni temores. Confiaba plenamente en conseguir su reto.