La madurez no es una fecha en el calendario, es una respuesta al resultado lento y difícil de un proceso evolutivo de la personalidad y del aprendizaje. Desde la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez, pero no siempre coincide con la edad cronológica.

La problemática reside en que desgraciadamente las personas deben asumir responsabilidades que requieren un alto grado de madurez: trabajo, política, familia, matrimonio educación, hijos… Sin haber efectuado aprendizaje alguno. Así el alto grado de desajuste es notorio socialmente.

El poder del sistema social no plantea estos conocimientos, pues no le son favorables, las personas con el control emocional son libres. No se dejan embaucar y engañar con falsas promesas, no se pueden controlar fácilmente. La base de nuestra sociedad es la familia, que debería ser un círculo de madurez, pero adolece de las condiciones para serlo. Los mayores proyectan sobre sus hijos sus frustraciones, ira, rencores, maldad, sentimientos, todo bajo el paraguas de la inmadurez. Los traumas pasan a los niños por mucho tiempo. La escuela, colegio, la universidad, tampoco enseñan madurez.

Es fácil comprobar que en España, ni en ninguna nación desarrollada, no existen escuelas de madurez emocional. La madurez emocional está encaminada a influir en la mejora de la personalidad en las distintas etapas de la vida humana.

La mesa de la madurez, según Richard Lazarus, se sustenta en cuatro valores: autosuficiencia, independencia, socialización y control emocional.